RINGROSE, DAVID
Desde su experiencia inicial a fines del siglo XVI hasta el estallido de las guerras napoleónicas, Madrid fue una capital imperial, comparada por algunos con la Roma de los Césares y descrita por otros como un parásito económico que succionaba los recursos de sus dominios sin contribuir directamente a la génesis de riqueza. Sin embargo, la capital de España ha ofrecido siempre rasgos excepcionales: por una parte, su posición geográfica le impedía convertirse en el centro comercial -además de político- de su imperio; por otra, el acusado dualismo de la economía española obligada al gobierno a enfrentarse de forma continua con el problema de ensamblar dos modelos diferentes de vida económica en el marco de una única estructura política. Como centro coordinador de la vida política y social, como mercado para la agricultura del interior y como foco de consumo suntuario, Madrid sirvió, así, de punto de contacto entre las "dos Españas", la del interior y la de la periferia.